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Posteado por Almohadón de plumas | Categorías , | a las 22:54

Por: Ana

Y ahí estaba yo, acalorado, desesperado en la sala de espera de una clínica.
No había ninguna ventilación, quizá tras esos canceles… imposible saberlo, la oscuridad reinaba tras ellos, si es que esconden algo no lo puedo ver.

La habitación tenía amplias dimensiones, las lámparas carecían de intensidad y la luz se asimilaba a un día nublado, los mosaicos de las paredes eran de un verde oxidado, el piso emitía las tonalidades del pasto, se inhalaba un aroma falto de oxígeno, olía a sustancias curativas combinadas con las esperanzas y desesperanzas emanadas de cada cuerpo presente. En ambos costados había consultorios enumerados del 1 al 9 con letras doradas en sus puertas, en medio, agrupadas, una veintena de sillas me recordaron el cansancio.

-Esto es insuficiente, somos muchos los que estamos esperando.
Vi desocuparse un lugar y enseguida corrí a sentarme en él, sin prestarle atención al viejo con sombrero y huaraches que encorvado trabajosamente caminaba apoyado en su cayado y al cual apunto estuve de atropellar, tampoco vi a la madre de pálido rostro que concentraba las fuerzas en sus brazos arrullando a su hijo recién nacido, sin embargó si alcancé o escuchar el llanto del pequeño, era constante y muy agudo, lo cual me empezó a molestar.

-Por qué no lo calla su madre- pensé -o tiene sueño, o tiene hambre.
Como escuchando ese pensamiento la madre mee dirigió su cansada mirada, inmediatamente huí al encuentro de los ojos, nunca se me ocurrió pensar siquiera en cederle el lugar, quizás el llanto del bebe provenía del dolor que le producía sentir el cansancio de su madre. Fácilmente encontré en qué ocupar mi atención, desde el techo colgaba una televisión y pasaban un programa llamado algo así como “el poder de la decisión” las imágenes demostraban fragmentos de distintos instantes, niños brincando sobre un inflable tratando de impulsarse hasta tocar las nubes, o corriendo libremente mientras el vaivén de sus cabellos producía pequeñas corrientes de viento, campesinos sembrando semillas, haciendo fuego y obteniendo elixir de un maguey, jóvenes y adultos sobre una pista de baile improvisando con sus cuerpos movimientos que se fundían con una música que no muy clara.

-Todos disfrutan- se dijo-¿Cuándo fue la última vez que yo lo hice?

Me acuerdo… no, no me acuerdo
Clausuró sus ojos haciendo el esfuerzo por recordar, como no lograba hacerlo, inconscientemente se fue a la tierra del sueño para inventarse un buen recuerdo, imaginó muchos cielos, habló con todo el mundo, escuchó la risa de cada cascada, soñó junto a los océanos y bailó con unos gitanos, pero cuando de un brinco despertó no recordó nada.

-Nooo!, sigo aquí- pensó entre bostezos -pero… ¿por qué? no siento ningún dolor, y ahora que lo pienso, no recuerdo la razón por la que llegué a esta sala de espera.
Examinó rápidamente la sala, casi todo permanecía idéntico, con excepción de un acontecimiento: el llanto del bebe había sido sustituido por los murmullos de dos personas, una le demandaba algo a la otra:

-Señorita, ¿podré ya pasar al siguiente consultorio? hace 99 pasé al tercero y hace 199 al cuarto, ya se avecina la hora de pasar al quinto ¿cierto? Me devora la ansiedad, por favor, usted puede agilizarlo.

Con un tono monótono, la otra respondía -Lo único que puedo yo decirle es lo mismo que les digo a todos, espere con paciencia que llegará su turno.

-Y yo que me quejo porque apenas llevo esperando 40 para pasar al segundo- exclamó una joven que llevaba amarrado su quebrado pelo en una coletilla y con una playera roja que casi igualaba el color de la sangre.

-¿pero de qué hablan estas personas?

-¿ya tomaste tu turno?-le preguntó una viejecita

-¿Turno? Hay que tomar turno pero ¿para qué?

-Ve a formarte a esa fila y lo verás, yo ya voy rumbo al noveno, llevo aquí 488.

¿488? ¿a qué se refieren con esos números y esos consultorios?

Ofuscado por su poca capacidad para entender la realidad se empezó a encolerizar, el techo cada vez parecía más bajo como apunto de aplastarlos a todos, se sentía asfixiado, no lograba obtener ningún recuerdo de su pasado, ¿cuáles fueron las circunstancias que me trajeron hasta este lugar? ¿Alguien me condujo aquí o llegué yo solo? Nada, no sentía nada, excepto el vacío, contemplaba los elementos y podía nombrarlos pero era incapaz de asemejarlos con sus experiencias, lo más claro que tenía era la existencia del tiempo, pasaba muy muy lento, se formó en la fila…

Quizás pasaron 5, tal vez 10, o talvez mil, finalmente alcanzó la cabeza de la fila y leyó el letrero sobre la máquina que, como burlándose, sacaba con su lengua el papelito con un número escrito.
Lo afortunado fue que volvió a sentir, lo desafortunado fue lo que sintió; lloró casi como aquel bebé que había escuchado, dolor, soledad, olvido, tristeza, angustia, odio.

De mediano tamaño, sólo mayúsculas y de color verde las letras decían.

INÚTIL MIRAR SOBRE SÍ.

Y abajo en color rojo, de menor tamaño

Toma tu turno, bienvenido a las tierras del Mictlán.
Tú ya estás muerto.

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