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Janitzio. La agonía de la última tradición

Posteado por Almohadón de plumas | Categorías , | a las 23:46

Por: Taker

La niebla comenzaba a emerger del lago, un frío que se sentía más allá de los huesos acompañaba a la noche que recién se establecía, el muelle estaba más “vivo” de lo que nunca recordé. Después de que una veintena de niños apenas pintados de la cara me pidiera “cooperación” para su calaverita, la fila para abordar la barca termina. Un policía; el único que pude ver en el muelle, se come unas corundas mientras nos pide seguir avanzando. Es extraño, en otras noches el muelle solo huele a tule o ixtle, resulta un olor agradable a más no poder, uno no sabe qué oler por horas sentado a orillas del lago, si estas perfumadas hierbas o la deliciosa comida de la región; pero ahora, en víspera de la noche de muertos y ofrendas, sólo una inmunda peste cubre el lago de Pátzcuaro, la de los vivos y sus fiestas.

Ya arriba de la embarcación, a unos veinte metros del conductor; el segundo oficial a cargo de aquella rechinante trajinera motorizada, desempañaba el parabrisas, mientras en la popa el conductor preparaba su disco de las mejores cumbias de los 90´s, era como viajar en un microbús defeño en día de inundación. Frente a mi y a mis costados, en realidad rodeándome por toda la barca, los pasajeros apenas esperaron alejarse unos metros de la orilla para sacar sus cervezas o botellas de tequila y seguir bebiendo, los que no bebían, cantaban, bailaban o gritaban, trataban en vano de capturar una imagen del lago a oscuras con sus cámaras. Pasaron estresantes veinticinco minutos de viaje, llamas salían de algunos puntos del lago, se indicaba el camino a los muertos desde el muelle, cuando se veían mas cerca las luces de Janitzio la gente enloqueció más; en circunstancias normales el viaje dura cuarenta minutos de agradable paisaje del lago y sus islas, aunque esta noche con poco más de la mitad de tiempo los fiesteros ya sentían que llevaban una vida cruzando el lago, en parte los entendía, yo sentía que llevaba dos vidas ahí aguantando el nefasto y superfluo ambiente de cualquier tugurio afuera de la FES.

En tierra firme, el frío golpeaba con más rabia, el clima trataba de sacudir de la isla a los intrusos, en contra de los cientos de escalones para llegar, todos encontraban cerca de la cima de la montaña isla de Janitzio, el imponente panteón; la fila parecía interminable para presenciar la tradición de este pueblo, “escuchas las campanas repicar justo sobre tu cabeza, es cuando sabes que acabas de atravesar el portal a otro mundo”, afanosamente repetía eso en mi mente; pero al abrir los ojos, lo que presencié era parecido a una feria, más bien a un gran circo. Las tumbas y sus respetuosas ofrendas, los parientes que cada año pernoctan sobre sus seres queridos fallecidos, estaban ahí, pero a los que visitábamos nos parecía sólo un espectáculo, con flashes apuntando a la cara de los cuidadores de las tumbas, robando la esencia de las velas que alumbraban el camino para prender cigarros, pisando a cada paso de la cada vez más deforme fila, los pétalos de cempasúchil se perdían en una mezcla de tierra, basura de sabritas y cascos vacíos de licor, dos mujeres de la isla se gritaban de tumba a tumba en purépecha, no sé que decían, pero puedo imaginarlo, sonaban molestas, una en especial, con la voz entrecortada gritaba con los ojos enrojecidos mientras perdía su mirada en la multitud. Un borracho peleaba entre dos ofrendas con sus compañeros de juerga, los extranjeros practicaban su español, un alemán gritaba “burro pendejo” “puto burro” mientras los estadounidenses reían, los nueve mundos subterráneos del mictlán se hubiesen quedado chicos hoy al recibir a tan distinguidos viajantes y aun en todos no habría cabido semejante ultraje.

En un momento me sentí avergonzado, por mí y por los vivos, ¿Teníamos derecho de estar en ese lugar? ¿a portarnos así? Como si de la fiesta más corriente se tratase, a cada lado donde se observara, el respeto se violentaba en el panteón, “es que imagina la derrama económica para estos miserables” comentaba un intelectualoide a quien lo acompañaba; ¿A qué precio?, le preguntaría yo, venderías la memoria y honra de tu difunto, si tú fueses quien esta noche regresa a compartir con sus parientes, al menos en el recuerdo de los mismos o si fueras quien se sienta en la tumba de tu padre a meditar, ¿Qué opinarías? Honestamente no creo que posaras para las fotos o invitaras un trago más a quien casi vomita tu tumba.

Salí tan rápido pude del cementerio, y decido entonces seguir el camino de la isla hasta el monumento a José María Morelos, si en el panteón deseé no estar ahí, habiendo llegado al monumento quise llevármelos a todos conmigo, a los pies de la magnificente estatua, la explanada estaba llena de jóvenes en fiesta, ¡Como si alguno de todos los que estaba ahí supiera o recordara en realidad a lo que fueron! Encontré campamentos y casas de acampar usadas como hoteles, con parejitas amorosas dentro, y los que miraban por arriba el espectáculo, una cantidad de basura que no se ve ni en la ciudad de México, colillas y botellas hasta donde el espacio daba, y todos con la única consigna de hacer de la noche la borrachera más memorable de sus vidas. Fue entonces cuando descubrí por qué la estatua de Morelos mira ligeramente hacia arriba, ¿Quién quisiera ver semejante celebración a sus pies?

No se malentienda, no tengo nada en contra del alcohol y la parranda, seria un hipócrita si lo dijera, pero ¿Tenemos derecho de prostituir así la fiesta? Si en esta sociedad pretextos para “celebrar” de esta manera sobran y se siguen inventando, por qué justamente aquí y contra esta isla pura, si en su casa tienen ofrenda y tienen muertitos vayan a ellos a vomitarles los pies fríos, o mejor aún cuando muera alguien en esta fecha e igual les calentará los suyos.

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